Voy a empezar fuerte la primera colaboración con INED21 preguntándome lo siguiente: ¿para qué sirve la educación? Puede que no sea nadie (y no lo soy) para responder a esta pregunta. Hay, además, profundas reflexiones de personas que hablan con la seguridad digna de las auténticas eminencias de la docencia. Pero podría añadir una nueva lente a todo este caleidoscopio educativo si hablo desde el ámbito en el cual trabajo: la formación para personas adultas. Es por esto que replanteo la pregunta: ¿para qué sirve la educación para adultos?
Para muchos, éste es el cajón de sastre del sistema educativo, olvidado por las instituciones educativas y eventos relacionados con la innovación pedagógica, ahogado por iniciativas privadas e infravalorado por los que creen que es una “educación de segunda”. Lo que mucha gente desconoce es que la educación para las personas adultas ha cambiado mucho y, afortunadamente, se está reivindicando como una plataforma que puede impulsar decisivamente el futuro laboral y académico de los estudiantes que pasan por sus aulas.
Desde mi punto de vista, la escuela de personas adultas facilita una segunda oportunidad, pero también una tercera, una cuarta o una quinta. ¡E incluso una primera oportunidad! ¿Es posible eso? Evidentemente que lo es si se tiene en cuenta que el perfil del alumnado es tan heterogéneo como único a la vez. Las circunstancias vitales y la (mala o difícil) experiencia académica son los argumentos más repetidos por todos los alumnos que deciden retomar sus estudios. El aumento gradual de estudiantes en las aulas de adultos demuestra que nunca es tarde para (re)aprender, hecho que da sentido al lifelong learning. Este concepto rompe con la tradicional creencia que la educación es un período que se vive durante una etapa limitada de nuestras vidas.
Por tanto, no entiendo la educación como quien recuerda “la mili” o el día de su boda. La educación es un proceso permanente de construcción y adquisición de conocimientos formal e informal. Esto significa que cualquier persona debe tener la oportunidad de subirse de nuevo a un tren que, por un motivo u otro, tuvo que abandonar. Entonces, la educación de personas adultas sirve, en términos generales, para reemprender de nuevo el viaje hacia el aprendizaje de los alumnos, partiendo de los conocimientos previos para conectarlo de nuevo y de manera consciente con la vía de su propio proceso educativo.
Partiendo, pues, del hecho que los alumnos ya tienen una mochila de experiencias educativas, saberes adquiridos a través de diversas metodologías y vivencias de éxitos y fracasos, la escuela de adultos reorganiza lo aprendido hasta el momento por los alumnos para orientarlo hacia lo que le falta por alcanzar. Pero además, dirige también este aprendizaje hasta la estación de una formación futura, reconducida y contextualizada siempre a las inquietudes personales y las necesidades académicas futuras de los alumnos.
Para espolearlos durante el viaje, muchos optarían por utilizar las palabras esfuerzo, estudio,voluntariedad o responsabilidad para crear un discurso que incite a valorar el trabajo que supone la construcción de un futuro. Yo intento rehuir de estos parámetros a la hora de tratar con los alumnos que quieren retomar sus estudios y, en cambio, les hablo de otro concepto todavía más importante: la conciencia. Creo que es el término clave para animar los alumnos jóvenes y no tan jóvenes porque determina la predisposición de los alumnos ante el proceso de aprendizaje. Para entendernos, hay que activar el mecanismo que permita el “cambio de chip”, hacer que los alumnos se impliquen de manera activa en su formación y asuman un compromiso con su futuro. Y esta es una tarea que hay que poner en marcha desde el primer día.
Claro está que no es un trabajo fácil para los alumnos, pero tampoco para los profesionales. Porque ya no sólo se trata de conseguir un título o ganar una formación, sino que en muchos casos es asumir un reto. Entiendo qué pueden sentir tanto los alumnos jóvenes como los no tan jóvenes que retoman su formación en una escuela de adultos. Y es que no hay nada más difícil que enfrentarse con el fantasma del fracaso escolar. Las malas experiencias académicas reviven, las oportunidades perdidas reflotan y las piernas de la seguridad
flaquean. Por eso, además de conocer sus intereses, sus antecedentes académicos y sus motivaciones, se debe crear un vínculo de confianza mutua que permita al alumno ser consciente de que su reincorporación a la educación es el primer paso para volver a la vía de su aprendizaje.
Aunque todo este proceso de concienciación también necesita profesores entregados y motivados. Pero, sobre todo, formados. Hace algunas décadas, la formación del profesorado en la educación para adultos estaba basada en la experiencia previa con otros cursos de primaria y de secundaria, la cuál resulto imprescindible para conformar una base formativa para el aprendizaje en este ámbito. Ello no provocaba que se tuviera la sensación de que a los docentes de las escuelas de adultos nos faltara preparación, dada la tipología de los alumnos y de la especificidad de los estudios. O dicho de otro modo, tratábamos la educación para adultos como si fuera una educación para niños o adolescentes. Afortunadamente, y desde hace bastantes años, ha habido una mejora sustancial de la calidad formativa en la educación para adultos. Y todo gracias al trabajo de profesionales que han querido mejorar las metodologías en este ámbito educativo, a una oferta de másters y postgrados de calidad, a proyectos conjuntos entre centros de adultos, al intercambio entre docentes de experiencias y recursos a través de las redes sociales, etc. Todo ello ha dignificado una formación que, en estos tiempos, se ha revalorizado y emerge como un motor de innovación educativa. De hecho, debe serlo por naturaleza.
Si tenemos en cuenta que, entre otros factores, algunas maneras de enseñar les han hecho fracasar en su época formativa anterior, queda claro que no podemos enseñar como antes a unos alumnos que pretenden retomar los estudios. Por ello, y para conseguir ese clima de confianza, los profesores deben agitar a los alumnos con metodologías que se aparten de las de toda la vida, que sean más vivas, dinámicas, prácticas, que conecten con su entorno real y que permitan la reflexión de lo aprendido y cómo se ha aprendido. De este modo, se consigue el ambiente ideal para motivar a los alumnos a rehacer y encaminar el proceso de aprendizaje.
Así, y desde mi experiencia en la formación permanente, el docente debe fomentar métodos de aprendizaje motivadores con proyectos reales que permitan el análisis y la reflexión sobre el mundo que nos rodea, con el objetivo de aprovechar y mejorar las herramientas cognitivas y metacognitivas de nuestros alumnos. De esta manera la educación para personas adultas tendrá sentido, ya que sabrán focalizar su aprendizaje en la vida y sabrán valorar la oportunidad que nunca les concedió el sistema educativo para completar su formación. Pero también tomarán consciencia de que el viaje de su educación aún no ha acabado y que tienen toda una vida para aprender, descubrir y compartir.